20 octubre 2008

Lagrimas en la lluvia


-Veintiseis años de Blade Runner-



"Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir."
Eran palabras de Rutger Hauer en Blade Runner, bajo la agobiante lluvia ácida en un Los Ángeles iluminado por el plomizo neón que uniforma el futuro.
Los cines de 1982 ofrecieron dos joyas que, por diferentes motivos, calarían en el espectador y permanecerían en el tiempo. La una, E.T., nos mostraba el lado amable del espacio exterior con un infantilizado personaje con alma de Spielberg. La otra, un genial remix de cine negro con la esencia más pura de la ciencia ficción, era Blade Runner.
Aquí no hay cabida para los ingenuos sentimentalismos. El futuro es árido, oscuro, metafísico.
En el film, de cuyo nacimiento celebramos ahora veinticinco años, se indaga sobre la naturaleza del alma humana y sobre la religión como motor de la existencia. Roy, el androide, busca a un Dios que no es capaz de resolverle duda alguna y por ello, abomina de él. La imagen de su muerte dejando escapar una paloma constituye un icono cinematográfico al mismo nivel de la despedida de Casablanca, aquel Cary Grant arrastrándose huyendo de un avión, el cuchillo y la cortina de la ducha en Psicosis o Vivien Leigh jurando que nunca volverá a pasar hambre.
Detalles así son los que hacen que una película deje casi de serlo para convertirse en un mito.
Blade Runner nos acerca a los Nexus-6, seres robóticos idénticos al hombre y conocidos como Replicantes. Son superiores en fuerza y agilidad -e iguales en inteligencia- a los humanos que los crearon: ese es el comienzo de su desgracia. Al ser usados como esclavos en la exploración y colonización de nuevos planetas, una sangrienta rebelión hace que en la Tierra los declaren fuera de la ley. Serán los policías especiales, Blade Runners, los encargados de “retirar” –curioso subterfugio del lenguaje- a los Replicantes.
El enfrentamiento del hombre con su criatura, y –lo que es más apocalíptico- con las consecuencias de sus acciones devastadoras para el planeta, dará a la película ese tono que impregna cada fotograma y que nos remite a muchas otras historias entre la fuerza creadora del género humano y el despertar a la inteligencia de las criaturas a las que damos vida en una desaforada carrera hacia un progreso indiscriminado: el detective Deckard busca androides amotinados que quieren ser humanos: un guiño a la historia de Shelley, a aquel Frankestein surgido de la mano del hombre, que quiere emular a Dios.
Un cuarto de siglo después, el Apocalipsis no nos ha arrasado todavía, pero el hombre sigue imaginando que todo está a su alcance y que nada escapa a su poder ¿creador o destructor?. El género humano no escarmienta. Quizá sea el planeta quien acabe enviando a los Blade Runners para que terminen con los seres –nosotros-que nada hacemos por mantenerlo a flote. ¿Quiénes serán entonces los replicantes? Nuestra civilización tiene bastante que ver con la que aparece en la pantalla, o no?...

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